Cada día aumenta el número de personas que trabajan en las colas vendiendo |
Viviendo de las colas
Daniel MuroloEdición Aniversario Diario La Región
Para Fernanda no es fácil desayunar cada mañana, ella sabe que salir un minuto tarde de su casa puede significar llegar retrasada a su trabajo en Caracas. No se preocupa, a la altura del kilómetro 22 se mantiene atenta, en cuestión de segundos, sobre la cola de carros, observa la mano de Ángel.
Ambos actúan de forma automática. “Buenos días” dice ella mientras baja el vidrio con una mano y con la otra toma sencillo del tablero. Él responde con un gesto, mientras con una agilidad que sólo da los años de experiencia saca un pequeño vaso donde sirve, sin derramar una gota, la dosis justa de café que necesita Fernanda a las 5:45am.
Tras el carro de la joven universitaria, dos personas más esperan su turno; ellos son parte de los cientos de conductores que cada mañana consumen los miles de litros de café que venden en varios puntos de la Panamericana, quienes viven de las colas.
Ángel tiene año y medio en el “negocio”, antes intentó ser albañil, plomero y hasta bombero, nunca le fue bien. “Fue mi mujer, quien hace un café riquísimo, quien me dio la idea”, recuerda el joven de 28 años, padre de 3 niños.
Se para diariamente a las 3:30am para ayudar a María, su esposa, a preparar cerca a 10 litros de café. “Me ubico en la carretera a las 4:30am, desde esa hora comienza la cola a la altura del semáforo de Los Cerritos”.
Cuando está a punto de agotarse el contenido de los tres termos que cuelga de sus hombros dentro de dos bolsos, envía un mensaje de texto a María, quien envía provisiones con su hermano Héctor en una moto. “Vivo cerca de aquí (barrio El Nacional), por lo que difícilmente me quedo sin café”, agrega entre risas.
El negocio de este joven tiene una extensión de unos 800 metros, espacio que comparte con Asdrubal, un hombre de 45 años del sector El Vigía quien tiene más de 4 años vendiendo periódico en la zona.
“Somos la dupla perfecta, él -señalando a Ángel- vende el café y yo el periódico para que la gente no se aburra en la cola”, reseña mientras entrega La Región a un autobusero.
A diario vende entre 200 y 250 ejemplares. “La ganancia no es muy alta, pero al menos me alcanza para llevar la comida a la casa y a veces me queda algo para sacar a pasear el fin de semana a los muchachos”, dice.
Historias similares se repiten en diferentes tramos de la vía. En los primeros kilómetros lo que varia es la mercancía y la hora de venta. “Depende de si hay o no cola, yo tengo lista una caja con chuchería y estoy pendiente por la ventana de mi casa”, detalla Edgar.
Un choque, derrumbe o un accidentado significa para este joven de 18 años dinero. “Camino unos dos kilómetros entre la cola y llego a vender hasta Bs 300 en un ratico, mi zona es la Panamericana, tengo vecinos que hacen lo mismo pero en la Valle - Coche, allí sí se mueve bastante plata”.
Sacando brillo
Agua, jabón y una escoba, son las herramientas de Miguel y Elena, ambos se ganan el día a día limpiando; él, los parabrisas de los carros que cargan combustible en las estaciones de servicios y ella, barriendo las cunetas y desmaleza las adyacencias de la vía.
“No estoy siempre en la misma bomba”, explica el joven de 21 años, residente del municipio Carrizal. “No es mucho lo que se gana, algunas personas no le dan nada a uno, además los dueños de las estaciones a veces no permiten que uno se rebusque allí”, señala.
Asegura que el mejor punto para trabajar es en la recta de Las Minas, mientras los fines de semana se traslada a las ubicadas en el tramo que va desde la capital mirandina hasta la población aragüeña de Las Tejerías. “Se para mucha gente que va o viene de las playas del centro del país”, dice.
Por su parte, Elena cuenta con un sueldo fijo, forma parte de una de las cooperativas que contrata el Gobierno Nacional mensualmente para que se encarguen del mantenimiento de la vía.
“No es fácil, hay que echar machete, sacar tierra y piedras, pintar y calarse los insultos de los conductores que se molestan por la cola que genera nuestro trabajo”, narra la mujer de 35 años de edad.
Aunque no se quejan de su labor, estos trabajadores no dudan al señalar que les gustaría dedicarse a otra cosa; “uno lleva mucho sol, pasa hambre y sed, llega agotado a la casa sin ganas de hacer nada”, reseñan Elena, lo que podría resumir fácilmente lo que sienten quienes viven o mejor dicho “sobreviven” de la Panamericana.