Daniel Murolo
Fotos: Ruben Herrera
Vive allí, dentro de una de las formaciones geológicas más
antiguas de la Tierra, desde el Precámbico - dos mil millones de años-. “Es el
guardián del tepuy”, aclara Michael, cuyos antepasados, todos de la etnia
pemón, juran que en algún momento de sus vidas vieron salir, desde las entrañas
de la montaña, las bocanadas de fuego que emana Ñaguarí.
Michael Pinsón es Taurepan, uno de los tres grupos que
conforman los Pemones, descendientes directos de los Caribes, tribu nómada y
guerrera proveniente del Amazonas que tiene aproximadamente 300 años en la Gran
Sabana, hogar de ese enorme animal con aliento de fuego.
Michael es rápido, silencioso y observador. Con la destreza
que caracteriza a sus antepasados prepara su guayare –bolso de confección
artesanal- en el que carga hasta 60 kilos de peso, generalmente de turistas,
que desean subir hasta la cima del tepuy.
“Existe un dragón que vive dentro del Roraima, le llaman Ñaguarí,
hay que respetarlo, la gente ha visto el fuego que expulsa”, sentencia el joven de 18 años mientras desencaja de
sus hombros la pesada carga y se apoya sobre una piedra.
Mira fijamente la montaña mientras habla de ella, pero no
siempre fue así. La primera vez que la subió como “porteador” jamás vio de
frente a la “madre de todas las aguas”, todo el trayecto lo hizo con la mirada
fija al piso, observando el camino, sin levantar la cabeza.
Tenia entonces 12 años de edad y sobre sus hombros soportaba
12 kilos de peso. Una cocina, bombona, carpas, ropa y granos, llevaba dentro
del guayare que había confeccionado con sus propias manos. “Mi mamá me dijo que no podía verla de
frente –al Roraima- porque me podían llevar los espíritus”, recuerda.
Son los mismos espíritus que habitan el tepuy y que
comparten morada con Ñaguarí, ese enorme guardián con apariencia de gran
lagarto o cocodrilo, con alas, boca que escupe fuego, cuernos y gran ferocidad.
Michael, al igual que sus 5 hermanos y 3 hermanas, es de
complexión media, rasgos finos y físico esbelto. Desde chiquito siempre quiso
ser “porteador”, oficio que ejerce actualmente a la par de sus estudios de
bachillerato, generalmente en temporada.
Baja la voz conforme se acerca a la cima de la sagrada
montaña. “Si tiras piedras, hablas duro, gritas o cantas, puede venir un viento
fuerte, llueve sin cesar” susurra, mientras señala con sus manos las nubes que
abrazan las faldas del tepuy más alto de la cadena de mesetas de la sierra de Pacaraima.
Sus ojos irradian respeto.
“¡No puedo más!”, grita uno de los turistas mientras suelta
el bolso que carga y se desploma sobre una piedra cercana a una de las cascadas
tras caminar 15 kilómetros, en cuestión de segundo comienza la lluvia, la
brisa, el frío. Los espíritus se molestaron. Michael lo advirtió.
Recuerda como si hubiese ocurrido ayer su primera noche en
la cúspide de la meseta. Luego de caminar varios kilómetros, atravesar dos ríos
y ser bañado por el “paso de las lagrimas” –último tramo antes de hacer
cumbre-, debió enfrentarse no sólo al miedo que las historias de su tribu le
provocan, sino también a las bajas temperaturas.
“Me estaba muriendo de frío”, con esta frase resume el joven
las largas horas que debió dormir a la intemperie; esa noche, luego de dos días
de caminata, su papá le dio permiso para que en su próximo ascenso pudiera ver
de frente la montaña, eso sí “con mucho respeto”.
Desde entonces lo hace media docena de veces al año. En 6
días puede llegar a ganar 9 mil bolívares con una sola carga, el dinero lo
reparte con su familia y guarda cerca del 30 % para comprar zapatos. La
irregularidad del terreno, así como la humedad –paso de ríos y constante
lluvias- “destroza” los calzados en cuestión de horas.
Por los momentos, Michael calza unas crocs que combina con
un mono azul marca Nike y una franela marrón con el logo de Okley, espera que,
con las ganancias de esta temporada, pueda comprarse unos zapatos de marca,
resistentes, especiales para el trekking.
Atrás quedaron los guayucos. “Eso ya no se usa” dice entre
risas, y es que desde hace ya muchos años, el pueblo Pemón se ha ido
“modernizando”, remplazando su tradicional vestimenta por ropa
criolla-occidental, incluso adoptado en muchos casos nombres comunes.
Lo que sí no abandonan es el respeto que sienten no sólo por
los enormes tepuyes que los rodean, sino especialmente por los espíritus y
criaturas fantásticas que los habitan.
“Esa señora –el Roraima- es la madre de todos nosotros y como buena
madre, hay que quererla, respetarla y adorarla”.