El olor de la tragedia
Daniel Murolo
Una densa cortina de humo negro me alertó de que algo no
estaba bien. Aquella tarde me dirigía a la ciudad de Caracas junto a mi
compañera de labores Pola Del Giudice; la colega Jenny Marques Rodrígues, nos
había invitado a participar en su programa de radio, la intención era contarle
a los radioescucha cómo celebrábamos los periodistas las fiestas de fin de año.
Nunca llegamos al estudio.
Cerca del kilómetro 8 de la Panamericana un Guardia Nacional
se interpuso en mi camino. “Pana soy periodista, déjame pasar”, le dije al
joven que con mirada aterrada no dejaba de repetirme que un camión de gasolina
había volcado y que era cuestión de minutos para que estallara.
Seguí conduciendo en dirección al humo, mientras que Pola no
dejaba de gritar que debíamos detenernos y regresar. Estacionamos en el
kilómetro 10 aproximadamente, desde allí se observaba a la distancia como un
río de llamas y humo bajaba por la Panamericana. Tomé mi teléfono, hice una imagen la cual tuitié
inmediatamente informando lo que ocurría, seguidamente llamé a mi madre, quien
al escuchar de mi boca lo que ocurría me ordenó, como en otras oportunidad, que
me regresara “tú no eres bombero ni médico, no vayas por favor”.
En cuestión de segundos me encontraba corriendo en dirección
al humo, tras estacionar mi vehiculo a unos 500 metros de distancia. “Acaba de explotar”, me
gritaban las personas que corrían en dirección contraria a la mía, entre ellos
–horas después lo identifiqué- el chofer de la gandola.
Gritos, explosiones y un penetrante olor (que hasta ahora no
he logrado descifrar) dominaba el lugar.
El panorama era indescriptible, el camión generaba llamas que alcanzaban
los 30 metros de altura, a pocos metros, envueltos en fuego, se encontraban dos
vehículos particular y a unos 100 metros, el autobús.
No lo pensé dos veces, aunque mi profesión es la de
periodista, en ese momento, conciente de que era el único comunicador social en
el lugar de la noticia, guarde el celular (con el que grababa testimonios) y me
dediqué a ayudar a las víctimas.
“Hay más de 12 personas dentro del autobús, se queman
vivas”, gritaba sin parar un vecino del sector, quien había logrado sacar con
vida a muchos pasajeros. El calor intenso de las llamas había no sólo derretido
el asfalto y los faros de algunos vehículos cuyos conductores lograron
detenerse antes de ser consumidos por el fuego, sino también las suelas de mis
zapatos.
Los héroes de aquellas tarde, como siempre, fueron los
bomberos. La imagen (así como el olor) de estos hombres sacando del autobús, convertido en hierro
retorcido por el fuego, los cadáveres de 11 personas -otras 3 fallecieron en la zona-, quedó grabada en quienes por alguna
razón del destino fuimos testigos y (gracias a Dios) no víctimas, de la que sin
duda ha sido una de las peores tragedias viales del país.
Aquel día logré hacer algunas fotografías con mi celular, el
cual algunos días después se
dañó. Fue hace unos meses que
logré recuperar las imágenes, las que hoy (dos años después) comparto con
ustedes.
Fotos: Daniel Murolo