Solo un pensamiento...


Las palabras dichas son llevadas por el viento y olvidadas la mayoría de las veces, pero las escritas no conocen de tiempo, son perennes. En honor a ellas; algunos de mis trabajos. 





martes, 15 de marzo de 2011

La mansión de Antonio Pimentel se niega a desaparecer


Villa Teola: la decadencia de 
una joya arquitectónica mirandina


Daniel Murolo 
La Región  
Por estos días el esqueleto de Villa Teola se puede observar sin mucho esfuerzo. La maleza que por años ha mantenido sepultada la centenaria estructura, fue cortada por alguien que, por ser año electoral, ofrece rescatarla del olvido a cambio de votos.  

Para las nuevas generaciones, no es más que una antigua mansión desmantelada rodeada por un diminuto bosque enclavado en pleno centro de la ciudad; para quienes disfrutaron de sus años de esplendor, es una joya arquitectónica, patrimonio histórico y cultural de la región, que debe ser rescatada. 
“En los sueños e imágenes aparece siempre la Villa Teola de mi infancia”, reseña el escritor César Gedler, tras aclarar que lo más cerca que llegó a ver la hermosa mansión -durante su niñez- fue desde la puerta de rejas verde ocre, de la que solo quedan los dos pilares que en algún momento sostuvieron dos faroles eléctrico, “labrado con mucho estilo”. 

- En ella -refiriéndose a la reja- me pegaba para imaginar cómo serían sus cuartos y la sala que se veía desde la entrada cuando, para ventear la casa, abrían las ventanas verticales que parecían unas colmenas debajo de las cornisas.

Como si fuera la sombra de un ánima -agrega el escritor- se me viene a la mente la imagen de un señor con un rastrillo barriendo las hojas secas, el mismo que llevaba a la Iglesia del Carmen las rosas de montaña que recogía entre la arboleda húmeda, y una señora con una ropa oscura que nunca salía más lejos del patio, como si los corredores que bordeaban la casa fueran sus fronteras, y los techos de madera sostenidas por unas inmensas viguetas, el cielo que le estaba permitido mirar.

Para Gedler lo que sí era seguro es que ninguna familia habitaba la casona estilo americano que todavía esconde su esqueleto más allá de la plaza Miranda, donde termina la subida después del puente. “Aquellas personas que recuerdo como sombras, solamente cuidaban la imponente mansión que algún día fue de Antonio Pimentel, un hombre de confianza del General Gómez, que la tenía para veranear con su familia y amigos”. 

Gracias a Pimentel que construyó esta casona, fue arreglado en esa época el Puente Castro, que antes se llamaba Puente Miranda, “al que le pusieron macadan sobre un arco de hierro, en vez de las tablas que tenía, para que pasaran los carros sin mucho susto hasta la mansión”.

Un jardín botánico
- Al frente de la Villa Teola todavía está la quinta San Cayetano. La conocí  en tiempos de mi infancia, cuando la cuidaba un señor de apellido mejicano, Domingo Mederos, quien trabajaba para un militar. Era muy amigo de la botánica y aseguraba que en Villa Teola habían especies vegetales traídas de otras partes del mundo, tanto de árboles como de flores y plantas ornamentales. Por eso ponía siempre racimos de cambur y otras frutas para que llegaran los pájaros y polinizaran las plantas de este otro lado. 

Desde la madrugada -recuerda Gedler- se oía hasta los alrededores de esas dos quintas el canto de los pájaros de todas las especies imaginables que competían con los de los gallos patarucos que criaba Blas Antonio Benedetto y su padre Rafael Benedetto, en la esquina donde más adelante edificaron el edificio Bella Urquía. 

Cuando comenzó la destrucción física de Villa Teola, en el años 82, el Presidente del Concejo Municipal ordenó parar la demolición y se formó un alboroto que terminó en demanda, porque le argumentaron que a pesar del convenio de construcción al que habían llegado el concejo y los herederos de Pimentel, de tomar terreno de la quinta para ampliar la carretera de tierra que conduce todavía al barrio la Estrella, esa casa eran patrimonio histórico y cultural, y el terreno con su vegetación: un parque regional de interés primordial para la comunidad que no debía ser destruido como si fuera un basurero. 

- Sin saber de donde venía la noticia la gente supo que habían vendido la quinta y que un consorcio argentino pensaba construir unas torres gigantes en las que podían caber toda la población de Los Teques. Mucha gente comenzó a entrar en las noches a desmontar las ventanas, las puertas, los faroles de bronce, las piezas de baño, los techos de pardillo, las llaves de bronce de los lavamanos, y hasta las mesas de mármol que estaban pegadas en el piso de los jardines. 

Un vacío sin nombre
En pocos días la bella quinta blanca y verde fue quedando en el armazón, “como si un ejército de hormigas inmensas le hubiera comido sus partes blandas. Los patios se llenaron de hojas secas y de basura que iban dejando los borrachitos que encontraron donde tomar y dormir sin que nadie les reclamara por cocinar con leña en el alrededor de la piscina de la parte trasera. Un vacío sin nombre se fue apoderando de aquella mansión como si todo el esplendor de unos días atrás se hubiera desvanecido por el aire oscuro de la codicia que la rondaba”.

- Los chinos, en una percepción de los objetos y las casas que se aproxima a la poesía, nos advierten que los lugares, al igual que las plantas y las personas, son sensibles también al efluvio de las intenciones exteriores, que todos los lugares tienen un Chi, una energía interior que se anima o se apaga dependiendo de la ubicación y del trato afectivo que le concedamos. Las viejas que conocen el lenguaje de los animales y las plantas, saben que el reino animal o vegetal se estremecen con el miedo que muchas veces perciben no sólo del hombre con intenciones aviesas, sino de las inclemencias naturales como temblores e incendios que se avecinan.

En su libro “Tren sin Retorno”, César Gedler, asegura que así pasó con Villa Teola. “La luz de sus jardines y el canto de los pájaros mañaneros fueron perdiendo su ritmo e intensidad cuando otras energías, extrañas a su clima íntimo y centenario fueron cayendo sobre su espacio como una lluvia de cenizas”. 

- En vez de aquella iluminación que se notaba desde lejos cuando llegaban de Caracas los dueños de la quinta y algunos amigos en sus carros de lujo, las rejas de entrada empezaron a encorvarse, la cerca de alambre se llenó de moho y herrumbre, lo que quedaba de la casa se volvió fría y húmeda por falta de calor y sueño, y lo que antes era una bienaventuranza de inocencia y color, ahora producía temor y desconfianza por los delincuentes que se apostaban en sus recodos para asaltar a los transeúntes.

Sus ruinas, en la actualidad, han inspirado cientos de historias de fantasmas y apariciones. Hay quienes apoyan su demolición, mientras que la gran mayoría aboga por la construcción de un parque o museo que sirva de punto de encuentro en una ciudad -capital del estado más importante del país- desprovista de lugares de esparcimiento.  

3 comentarios: