“Los alaridos provenían
de una mujer en agonía”
Marco no está seguro de que la visión que tuvo aquella noche de agosto sea La Llorona. “Todos hemos escuchado la leyenda de la mujer que vaga por los caminos lamentándose por la muerte de su hijo, se trata de una historia de los llanos venezolanos, y nosotros estábamos en los Altos Mirandinos”.
Daniel Murolo
La Región
Los cuatros muchachos aguardaban espectrantes. Habían llegado horas antes a las riberas del embalse con la intención de acampar. “Nos disponíamos a dormir, eran cerca de la una de la mañana cuando comenzamos a escuchar un sonido extraño que parecía provenir del otro extremo del espejo de agua”, narra Marco, el menor de los chicos.
Sus ojos iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo del embalse de Agua Fría, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban al fondo en busca de peces. “Le dije a mis compañeros que se quedaran tranquilos, que el ruido era provocado por las alas de las aves cuando se sacudían el agua”.
De pronto estalló el grito... “Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en el interior de las carpas en la que permanecía petrificada del horror Ghessika, la única chica que nos acompañaba”, detalla el joven, visiblemente impactado por el recuerdo de lo vivido aquella noche de agosto de 2003.
“Están matando a una mujer”, exclamó el más viejo de los cuatro jóvenes, Alexander, abrazando con fuerza a Ghessika, quien presionando sus manos contra sus oídos intentaba ahogar el grito ensordecedor. “Pobrecita, recuerdo lo impactada que quedó aquella noche, nunca más quiso regresar al embalse”.
“No, no están matando a nadie, tiene que ser alguien de la zona que nos quiere asustar”, agregó Marco. Prácticamente abrazados -recuerda el joven- subieron al lugar más alto, una especie de piedra desde la que más temprano habían disfrutado del atardecer tomando “canelita” para calentar el cuerpo.
¡Es la llorona!
“Pudimos ver atónitos, hacia el otro extremo del lago una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que era casi imposible verle el rostro”, recuerda el chico. La imagen, arrastraba un caudal de tela tan vaporosa que se elevaba sobre la mujer.
Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos todo quedó en silencio. “Por espacio de un minuto, que pareció una eternidad, todos quedamos petrificados, tratando de descifrar si efectivamente era una mujer lo que veíamos o si, por el contrario, era un trozo de tela blanca amarrada a las ramas de los arboles”.
Otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores inundaron el lugar. La mujer, que parecía flotar sobre la costa del embalse se dio la vuelta y comenzó a alejarse hacia el bosque que, a sus espaldas, cubría las faldas de las montañas que bordean Agua Fría.
"Santo Dios, vámonos de aquí... por Dios esa es La Llorona", exclamó Ghessika al resto de sus amigos, haciéndolos reaccionar. Al oír estas palabras los cuatro muchachos estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición, era la que tantas veces habían escuchado de sus padres y abuelos, la que ha llenado de terror a tanta gente.
En cuestión de segundos Marco y sus amigos habían recogido las tiendas de acampar. “No teníamos vehículo, por lo que caminamos por varios minutos, entre la oscuridad de la noche, hasta el puesto de la Guardia Nacional, donde llegamos cerca de las 2:30 de la mañana.
- Le contamos a los guardias lo que habíamos visto, unos se rieron y otros nos aseguraron que aunque habían escuchado gritos extraños en la noche, nunca vieron una mujer vestida de blanco transitar por la zona. El resto de la noche la pasamos allí, Ghessika no dejó de llorar hasta que amaneció. Como a las 7:00 de la mañana un agricultor de El Jarillo nos dio la cola hasta Los Teques.
Marco no está seguro de que la visión que tuvo aquella noche de agosto sea La Llorona. “Todos hemos escuchado la leyenda de la mujer que vaga por los caminos lamentándose por la muerte de su hijo, se trata de una historia de los llanos venezolanos, y nosotros estábamos en los Altos Mirandinos”.
La dama de la carretera
Para José Misler, habitante de la parroquia El Jarillo desde hace más de 70 años, lo que vieron los chicos fue el alma de una mujer que vaga por esas frías montañas lanzando lloros y arrastrando penas, “gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto”.
“Mucha gente asegura haberla visto antes, no sólo cerca del embalse, sino también en la carretera que comunica El Jarillo con Los Teques... mi cuñado cuenta que una vez se le atravesó en la carretera una madrugada, cuando transportaba un cargamento de durazno”, recuerda.
El cuñado del septuagenario, no escuchó gritar a la mujer; simplemente cruzó la carretera frente a él, obligándolo a detenerse para permitirle pasar. “Inicialmente creyó que era una mujer perdida, luego, al ver que sus pies no tocaban el piso, apretó el acelerador y se perdió”.
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