Solo un pensamiento...


Las palabras dichas son llevadas por el viento y olvidadas la mayoría de las veces, pero las escritas no conocen de tiempo, son perennes. En honor a ellas; algunos de mis trabajos. 





miércoles, 16 de marzo de 2011

Personajes curiosos pueblan una isla que recibe a cientos de viajeros



Isla La Tortuga: el secreto mejor 
guardado del Caribe 

Franceses, italianos, portugueses e ingleses, y uno que otro criollo (sobretodo celebridades de alto perfil nacional) llegan en yates exhibiendo las banderas de sus repúblicas y su estatus social

Daniel Murolo 
Revista Dossier
Llegar a este refugio natural lleva seis horas de viaje en un bote que parte de Higuerote. Tras franquear los canales de Carenero y emprender rumbo al noreste, el “Sicania” -embarcación en la que viajamos- pierde la calma y comienza a columpiarse en todas direcciones. 

El museo de las piedras
El viejo bote pesquero, acondicionado por una cooperativa, remonta y desciende las olas del mar Caribe en busca de su destino final: la prístina isla La Tortuga, la segunda ínsula más grande en extensión de Venezuela, después de Margarita. 

Los pasajeros, desparramados en la cubierta, permanecemos en silencio. La mayoría quiere escapar del mareo que produce el porfiado vaivén, que durará al menos seis horas. Pero no siempre se anuncia tempestad. A veces, -cuenta Javier Lli, el capitán- el mar muestra su buen talante y consciente un sereno paseo. Si se tiene suerte, una bandada de delfines se acercará a saludar a los viajeros.

Lli, al mando del Sicania, conduce con destreza el bote sobre las aguas mansas o bravas del mar Caribe. Él y sus hermanos, guiados por su padre, un práctico del puerto de La Guaira, fundaron hace 14 años la cooperativa Isla La Tortuga 69RL, para llevar a puerto seguro a quienes desean emprender el viaje por mar. 

Curtidos marineros con licencia para navegar, reconstruyeron y acondicionaron con sus propias manos esta embarcación y la Oceánica, los yates con los que ofrecen sus servicios turísticos a los temporadistas cada fin de semana, en los que viaje junto a los colegas Johanna Rodríguez y Rommel Flores para conocer lo que es considerado el secreto mejor guardado del Caribe.

Luego de resistir los embates del Sicania, se vislumbra el cayo Herradura, la primera parada de los botes que emprenden el viaje. Poco a poco, la palidez se desvanece de nuestros rostros. Mientras las aguas se calman y se tornan cada vez más cristalinas, olvidamos los rigores de la travesía, y junto al resto de los turistas respiramos profundo mientras contemplamos su naturaleza en todo su esplendor. 

El paisaje es difícil de describir, simplemente alucinante: no hay una sola palmera, sólo montículos de arenas coralinas, un viejo faro, una piscina de agua transparente, un Museo de las piedras y una Virgen del Valle, que protege a los pescadores de los peligros del mar.

Esculturas de piedra y coral
Luis Enrique Narváez, pescador margariteño que ha practicado la pesca artesanal en La Tortuga durante 17 años, es el encargado de recibirnos. El 16 abril de 2007, al llevar a un grupo de turista a bañarse en la piscina natural, tuvo una idea original. 

Recuerda que, aburrido en la playa, mientras esperaba a los bañistas, comenzó a juntar piedras y corales creando tres tortugas que dejaron impresionados a los turistas. Hoy, en el lugar, cercano al viejo Faro y frente a la piscina natural, hay cerca de un centenar esculturas. Luis no sólo nos llevó a contemplar su "museo de las piedras" sino que nos invitó a participar en la construcción de nuevas piezas.

La recomendación: esperar a las 5:30 de la tarde para caminar desde el campamento de carpas, que generalmente es armado cerca de las rancherías de los pescadores, hasta la piscina natural, disfrutar de sus tranquilas aguas y justo a las 6:00, cuando el sol comienza a perderse en el horizonte, llenarse de creatividad para armar las esculturas. 

Las historias de Luis
Luis tiene muchas historias que contar. Este pescador, padre de dos hijos que viven en Margarita y a los que ve cada 4 meses, descubrió su pasión por el mar a temprana edad en el puerto de Punta de Piedras. Allí se zambullía a recoger las monedas que lanzaban los turistas desde el ferry. 

A voluntad, Luis desprende el omoplato del brazo derecho, mientras narra como en uno de sus lanzamientos desde la chimenea de un ferry, “cayó mal” y se fracturó el brazo, desde entonces hace la peculiar demostración a quienes quieren conocer su historia. 

Una cicatriz en el costado izquierdo da pie a otra vivencia. En 1996, ya estando en La Tortuga, perdió uno de sus pulmones mientras buscaba langostas en las profundidades del mar. “Bajé más de 13 metros a buscarla, cuando venía de regreso se me soltó, ya no tenía oxígeno, sin embargo, me regresé a recogerla y fue cuando una arteria del pulmón colapsó”, lo que comenzó como un “pequeño” malestar al respirar, terminó en una intervención quirúrgica en Margarita. Hoy, a pesar de sus limitaciones, no ha perdido su vitalidad.

Punta del Este
Con 155 kilómetros cuadrados de extensión, en La Tortuga hay mucho que ver. Durante nuestro segundo día de estadía, tras desayunar un exquisito pescado preparado por Felipe González, pescador margariteño que junto a sus hijos pasa temporadas de 4 meses en la isla, nos trasladamos en peñero hasta Punta del Este. 

45 minutos lleva el viaje desde Cayo La Herradura. Al llegar una hilera de cerca de 8 casas, cuidadosamente pintadas, sorprende al visitante; Punta del Este posee hoy una naturaleza salvaje, apenas alterada por la presencia de ranchos de pescadores, un puesto de la guardia costera, una pista de aterrizaje y un dispensario. Hoy, algunos potentados han comprado las rancherías y las han convertido en exclusivos refugios de fin de semana. 

Quienes llegan por vía aérea generalmente se quedan en el Rancho Yemayá, se trata de una estructura sencilla, cuidadosamente decorada, con pisos de arena y que además de ofrecer seis habitaciones posee una particular terracita de donde se puede observar el mar. 

Al igual que en Cayo Herradura, a Punta del Este llegan semanalmente decenas de yates y veleros procedentes no solo de Venezuela sino del mundo entero. La playa es mucho más extensa y el mar ligeramente más profundo. 

 Para amantes de la naturaleza
Durante su estadía, los viajeros pueden realizar múltiples actividades recreativas en contacto con la naturaleza. El descanso a las orillas del mar, la pesca de altura, el submarinismo y la observación de aves, son los pasatiempos predilectos. Se pueden realizar paseos por los cayos, bajos, canales, ensenadas y manglares de la isla, en especial a los acantilados petrificados –en los que se observa el cacho de venado; la laguna de Carenero de La Tortuga; las ruinas de la antigua salina; Punta Arenas, su extremo más occidental-, y los cayos Tortuguillo Norte y Sur.

Los viajeros que visiten las playas de la isla La Tortuga deben tener espíritu aventurero y ecológico. Deben saber que allí no encontrarán el confort de los resorts del Caribe. El mayor encanto de la isla, se sabe, reside en su naturaleza salvaje y solitaria.

Distintos grupos ecologistas han sugerido una mayor protección de sus frágiles zonas naturales. La Tortuga, a pesar de la inconsciencia de algunos visitantes desalmados que contaminan sus vírgenes espacios, ha sabido resistir, más o menos intacta, el acoso del tiempo: en sus 155 kilómetros de costa, conviven en paz una gran variedad de peces, crustáceos, algas marinas y aves residentes y migratorias, algunas endémicas. Si se anima a conocer el paraíso en la tierra puede contactar con Cooperativa Isla La Tortuga 69RL a los teléfonos: 0424-2732032 / 0414-2732032 o al www.islalatortuga.com.ve.

Agradecemos al Teniente de la Guardia Nacional, Carlos Alarcón Vegas, comandante del Puesto de vigilancia costera de Carenero, al Sargento segundo José Parado Echenique y el cabo segundo David Rojas Linares, por la colaboración prestada durante nuestra estadía en La Tortuga, igualmente a los pescadores que, desinteresadamente, nos trasladaron a diferentes puntos del archipiélago.

Un poco de historia
Alonso de Ojeda y Américo Vespucio atracaron en la isla en 1499 y le dieron su nombre tras observar una gran cantidad de tortugas marinas en sus playas. Refugio de piratas en el siglo XVII, fue una de las moradas del corsario Henry Morgan.

Desde sus costas, el intrépido navegante galés, al servicio de la corona inglesa, preparó sus invasiones a los principales puertos de Venezuela. Los marineros holandeses explotaron sus salinas y fueron sus primeros habitantes extranjeros. En 1631, los colonos españoles de Cumaná los expulsaron y dinamitaron la salina, en un intento desesperado por evitar los temibles ataques piratas.


Fotos: Daniel Murolo 

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